Club de cuervos: la “crítica” como mercancía
Se estrenó la nueva temporada de la serie Club de cuervos y con ella la terrible noticia de que es muy probable que hagan una cuarta entrega. Desde su comienzo, la emisión gustó bastante entre los usuarios mexicanos de Netflix, plataforma donde ésta se exhibe. De hecho, se trata de la primera producción mexicana para esta compañía de streaming multimedia, teniendo por creadores al estadounidense Michael Lam y al afamado director Gary Alazraki, quien, después de una formativa carrera en el mundo de los comerciales (su padre es el publicista Carlos Alazraki), consolidara su nombre y figura con la película Nosotros los nobles, título que parodia la película de Ismael Rodríguez que fuera estrenada en la semana santa de 1948[1].
La película de Rodríguez, protagonizada por Pedro Infante y Blanca Estela Pavón, forma parte de una época del cine mexicano en la que los contenidos tuvieron que ser modificados para llegar a mayores audiencias. La razón de ello fue que Estados Unidos había retirado la inversión que inyectó cuando México decidió involucrarse en la Segunda Guerra Mundial como respuesta al famoso bombardeo de barcos alemanes e italianos, aunque luego adjudicados mexicanos, en las costas de Tamaulipas. Al ser la única industria fílmica de habla hispana que apoyaba a los Aliados en la guerra (las otras dos eran España, fascista, y Argentina, neutral), el gobierno estadounidense decidió ayudar a México, entre otros medios con servicios técnicos, con productores, directores y materiales fílmicos para mejorar la industria cinematográfica.
Con el fin de la guerra vino también el fin de este apoyo. Durante los años de su vigencia, el cine mexicano creció exponencialmente, produciendo un número anual de películas que jamás se había visto. Por esa razón, después de 1945 (fin de la IIGM) los productores nacionales no quisieron caer en picada sino mantener un cierto nivel productivo. Ahora bien, para conseguir esto a partir de un menor presupuesto que el que habían tenido con la ayuda estadounidense, lo que decidieron llevar a cabo fue un recorte a nivel de la producción, dando pie a la construcción de contenidos de menor calidad y de guiones capaces de atraer a más público. Ese periodo es al que popularmente conocemos como Época del Cine de Oro mexicano.
Desde antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en México ya se habían manifestado los intereses por la televisión, pero sería necesario esperar a que durante la década de los cuarenta terminasen de ser afinadas las condiciones necesarias para la emergencia de este medio en el país, siendo hasta 1949 cuando se le entregara la primera concesión de tele Rómulo O’Farril, quien diera vida al Canal 4 XHTV[2]. Sin embargo, el tenor en el que el cine se produjo después de la IIGM, arriba descrito, fue el mismo con el cual se venía haciendo la radio –donde destacaban las manos de la familia Azcárraga– y fue esa la esencia de lo burdo la que se reprodujo en la televisión.
Ante todo, la venta. Esa era la consigna y, por ello, no es de extrañar que los publicistas estuvieran vinculados a la producción de contenidos radiofónicos, televisivos y cinematográficos. No cabe duda que esta triste manera de comprender la mediática en el país tiene que ver con el haber adoptado el modelo estadounidense de televisión frente al británico de la BBC[3], aunque muchas otras razones puedan ser también explicaciones de ello. El hecho es que la mayor parte del cine y la televisión mexicanas siguen operando bajo esa sustancial premisa del enriquecimiento bruto, para lo cual despliegan cualquier estrategia, incluso la de ser “críticos” del sistema político o hasta empresarial, al cual pertenecen.
En ese orden está inserta Club de cuervos, historia que desmenuza, mediante el chiste fácil, la corrupción del futbol mexicano, donde las televisoras, los patrocinadores, la Federación Mexicana de Fútbol y los gobiernos tienen la lengua metida. Precisamente, en esta tercera temporada la serie aborda el caso de un gobernador que usa los equipos locales de futbol para sus intereses políticos. En este caso, el mandatario rige en el estado ficticio de Nuevo Toledo, de donde son los Cuervos, el equipo que presiden los personajes centrales de la serie en cuestión, Isabel y Chava Iglesias, medios hermanos a quienes su fallecido padre dejó esa herencia en disputa. El conflicto en esta tercera temporada es que los Cuervos se han visto en la necesidad de mudar su sede al estado de Puebla, dado que otro equipo, las Tarántulas, ha ocupado el estadio de su ciudad original.
Club de Cuervos ■ Imagen tomada de YouTube.
Es aquí que la serie tiene un elemento del cual hablar. El segundo capítulo de la última temporada inicia con una vista panorámica del estadio del Puebla F.C., corruptamente remodelado por el ex gobernador Rafael Moreno Valle. Lo primero que vemos, bajo un radiante sol poblano y al son de angelicales trompetas, son las patéticas láminas blanquiazules con las que se parchó el mundialista Estadio Cuauhtémoc. Adentro, sobre el cesped, los hermanos Iglesias caminan junto a sus asistentes, el director técnico y el director deportivo; la primera frase que se escucha es, “Es azul. Todo lo que veo es azul”. Luego, algún albur y, pronto, el comentario sobre los paneles solares que alimentan al estadio.
El hecho de que esta temporada se presente como una crítica a la impunidad con la que, sabemos, actúan los gobernadores en este país, podría habernos hecho pensar durante un momento que el combinar tal temática con Puebla habría significado una crítica al gobierno de ese estado, particularmente a quien reformara el Estadio Cuauhtémoc y otros lugares que aparecen a cuadro. Sin embargo, esa lectura naif dura muy poco, únicamente el tiempo en que tardan en aparecer panorámicas de la absurda rueda de la fortuna de Moreno Valle y, en particular, la chabacana inserción a todas luces pagada que promociona a media serie los atributos más pueriles de Puebla. Para contextualizar esta inserción, es necesario explicar algo de la trama de la serie.
“La estrella de Puebla” ■ Foto Rafael García Otero
Uno de los personajes principales, Chava Iglesias, prototipo del engreído y banal hijo de cualquier empresario millonario, conoce en una discoteca poblana a Isabel Cantú, joven de los mismos atributos que Chava pero bastante más poderosa en la entidad, hija de un acaudalado inversionista local que tiene los tentáculos financieros deslizados en todo negocio rentable, destacadamente los que podrían ser de interés para la familia Iglesias, que no ha tenido ninguna suerte en el regreso de su equipo a primera división. Chava y la señorita Cantú terminan enamorados y el padre ella invierte en el equipo de los Cuervos, a cambio, por supuesto, de que su hija trabajara con ellos en el club, lo cual desenvuelve un conflicto entre la hija Iglesias y la junior Cantú, ambas de nombre Isabel.
En la pugna, Isabel Cantú convence a Chava Iglesias de desplazar a su hermana del negocio y dejar los Cuervos en Puebla, a diferencia de lo que originalmente era el proyecto, a saber, regresarlos a Nuevo Toledo, su ciudad original. Es durante el proceso de convencimiento que aparece la inserción pagada. Desde una panorámica de la Catedral hasta los remodelados Fuertes de Loreto y Guadalupe, la inserción destaca como las más notables característica de Puebla el que haya fiesta a cualquier hora, con muchos afters y ¡hasta 4 antros gay!; también se destaca ese café que le ganara la competencia al Starbucks, haciendo alusión al orgullo chipileño, The Italian Coffe Company; se suman las tiendas y diseñadores que ni a la Ciudad de México han llegado y, por último, que la ciudad de Puebla sea la que más estudios de yoga tiene per capita.
Tal cantidad de absurdos parecerían insistir en que hay algo de burla a todo nivel: una burla a Puebla, una burla a la serie (desde la serie), una burla a la política nacional, una burla al empresariado mexicano y sus allegados, etcétera. Pero lo cierto es que hay una promoción al estado poblano y a la que llaman Heroica Puebla de los Ángeles, de donde se deriva que el absurdo narrado se desparrama por todos lados hasta burlarse de la propia audiencia. Promover lo que dejó la corrupta administración del anterior gobernador Moreno Valle y, al mismo tiempo, hacer uso de la crítica a la perversa forma como se maneja el futbol nacional, es al menos contradictorio y, por inferencia lógica, se asume que lo crítico de la serie no es sino otra forma de crear un producto que se puede vender.
Supongo dos razones que explican esto: por un lado, que se ha generalizado a nivel nacional una conciencia sobre la corrupción, como si fuera norma; por el otro, el desenvolvimiento capitalista que permite incluso hacer crítica del mismo siempre y cuando ésta, de alguna manera, devenga rentable, algo de lo cual acumular más. Sobre la primera razón no hay mucho que decir; todos los mexicanos sabemos de la podredumbre institucional en la que vivimos. En cuanto a lo segundo, tampoco se necesitan muchas herramientas para comprender la reproductibilidad del capital: un ejemplo burdo es que hace cincuenta años la policía era capaz de torturar estudiantes por tener afiches del Ché Guevara y hoy es posible vender hasta que Furor venda playeras con su estampa. El discurso de la revolución (el más superficial) ha sido devorado por el capitalismo.
El capítulo “Fifteen million merits” de la serie Black mirror ilustra delicadamente este proceso. No cabe duda que Netflix ha abierto un mercado donde pareciera que “todo se puede decir”, siempre y cuando esto genere audiencia. Precisamente pensando en Black mirror, cuando fue atraída por este sistema de streaming, ¿cuántos se interrogaron por el dispositivo donde la estaban viendo? Y todavía peor, en qué medida estas series críticas no terminan por normalizar la podredumbre, hacerla parte perfectamente reconocible de nuestras vidas, introyectarla; pensemos, en ese sentido, en House of cards.
No sé si esto implique que debamos calificar como buenas esas series que misteriosamente fueron cortadas en la segunda temporada sobre el argumento de falta de presupuesto o bajos ratings, por ejemplo la brutal Utopia, la desgarradora The bridge o la bella 8 Sense. Es muy complicado saber qué se esconde detrás de estos recortes, pero en este mundo sigue siendo recomendable una lectura que opte por el camino que conduce a los contenidos soslayados, a los que no tuvieron éxito, a los que dejaron de ser transmitidos. Es en los tiraderos donde aparecen las joyas; en los que no son tiraderos, en los aparadores, están los productos en torno a los cuales ya no hay mucho más que decir, los que han sido domesticados; ello también querría decir que no debemos fiarnos de las premiaciones, casi a ningún nivel.
Posdata: Gracias a quien me advirtió de lo que habían hecho los de Club de cuervos esta nueva temporada. Como fue solicitud, tu nombre permanecerá en el anonimato.
[1] Emilio García Riera, Breve historia del cine mexicano. Primer siglo 1897–1997, México, Ediciones Mapa e Instituto Mexicano de Cinematografía, 1998.
[2]https://www.academia.edu/34693588/Fallas_de_Origen._Historia_del_encuentro_entre_la_sociedad_y_la_televisión_mexicanas p. 25.
[3] Gonzalo Castellot, La televisión en México 1950–2000, México, Edamex, 1999, p. 15–21.